Thursday, September 18, 2008

Diario de una puta humilde, cap. 8 Los viejos y los monstruos

Diario de una puta humilde,
Cap. 8 Los viejos y los monstruos

He cometido grandes estupideces con tal de sacarme la leche de encima. Decía mi profesor de Ciencias Sociales en la UPR de Humacao, que el libido no es como la gasolina en un carro, que llenas el tanque y estás feliz durante el fin de semana. El libido alto molesta, confunde, y reduce las decisiones de fidelidad a darte una ducha de agua fría, masturbarte viendo una película porno o literalmente violar a tu pareja. Yo no pretendería jamás decir que me inventé una cuarta opción.

En mis escapadas, inclusive mucho antes de conocer a Jerry, llegué a tirarme tipos realmente feos y monstruosos. Pero, ¿qué importa”, pensaba. Después de todo no les estoy jurando amor eterno, esto es para sacar leche y ya. Bueno, estuve con centenares de hombres viejos y monstruos.

Me ha pasado con los viejos que se tardan con cojones en venir, inclusive más que yo, que padezco de eyaculación retardada (una condición que es el extremo opuesto a la “eyaculación precoz” y que provoca que uno se tarde periodos ridículamente largos en venirse o que uno no se venga nunca). Eso es sumamente incómodo, digamos, en un baño como el de Plaza del Carmen en Caguas, o el del Peaje de Caguas Norte. Así que, usualmente les daba una mamada, trataba de excitarme lo suficiente como para venirme yo, y me iba. Siempre me sonreían, no sé si agradecidos o no, pero es cierto, lo hacían.

Sucede que los monstruos son diferentes. Hay otra química. Me acuerdo del tipo que tenía los testículos duros, como si los tuviera erectos o sufriera de algún tipo de hernia. Le pregunté si sufría de alguna hernia. Me dijo que no tenía hernia alguna, que sus “huevos siempre habían sido así”, y cito. Lo cierto es que cuando me lo metió en el baño de un Sears que no mencionaré (no fue el de Plaza las Américas), sentí un dolor extraño. Cuando me voltée a ver, me di cuenta de que me había metido el bicho juntos con los testículos. Tuve que reírme porque entre el dolor y la pavera no podía chichar.

Otro monstruo era monstruo porque no había forma de meterse su pene por roto alguno. Sucede que el tipo tenía una curvatura extraña en la mismísima punta del bicho. La curvatura hacía que el glande quedara mirando exactamente hacia los pelitos púbicos en un arco mortal de 180 grados. Ese bicho terminó siendo inmamable. Cuando vi cómo el tipo se masturbaba tuve que reírme: con los dedos índice y meñique.

He visto monstruos con circuncisiones mal hechas que hacen ver el pene como si hubiera sido víctima de incendio. Una vez en Steamworks, vi a un muchacho precioso de veintitantos años con el culo lleno de bolitas de grasa. Pensé en que podía tener VPH, pero no. Eran bolitas de grasa. Entonces me dio la paranoia y salí corriendo de su lado, pensando en que podía ser elefantiasis.

Un monstruo que cogió en el baño del segundo piso de Educación de la IUPI y me llenó la cara de leche. Pero no paraba. El cabrón seguía eyaculando, como si llevara más de treinta años de huevos hinchados. Llegó un punto en que a él mismo le dio tanto asco, que se fue al cubículo del lado y vomitó. Pero no paraba de venirse el cabrón. Mi ropa, mi cara, mi pecho, todo quedó más inundado que Nueva Orleáns durante Katrina.

La diferencia entre los viejos y los monstruos está en el trato. Los viejos te tratan mejor. Los monstruos están concientes de su monstruosidad de circo, la que ven como si tuvieran una cualidad de dios al tener algo tan diferente a lo que tienen los demás. Se dan mucha importancia a sí mismos y generalmente son más putas que la puta más grande de este mundo, incluyendo a este servidor.

Saturday, September 06, 2008

Diario de una puta humilde, cap. 7 Los baños de Coamo

Diario de una puta humilde
Cap. 7 Los baños de Coamo

Dicen que Puerto Rico tuvo momentos de gloria en los que existían cines porno y lugares de cruising gay que la policía respetaba. Obviamente, a esos tiempos les sucedió la época de puritanismo santurrón que tenemos ahora. Me da grima pensar hasta qué punto llegaremos la gente gay en busca de lugares en donde tener un sexo feliz.

Los baños de Coamo cerraron. Me dice uno de mis mejores amigos, al que no oficialmente llaman “el alcalde” por sus influencias políticas en el ala roja del sur, que cuando reinauguren los baños, no será lo mismo porque tendrá vigilancia las 24 horas del día. Así que solamente me queda rememorar los momentos de grandeza que pasé allí durante las miles de noches de insomnio.

Recuerdo dos ocasiones particulares: una de gran placer, la otra de gran vergüenza. Era un jueves por la madrugada. Llegué al lugar en solamente calzoncillos blancos y una gorra. Había muchos carros. Me bajé y caminé hacia las piscinas. A ninguno de los hombres le estuvo raro verme en calzoncillos que reflejaban la luz de la luna y una gorra que no lo hacía.

En el último minuto, decidí no ir a las piscinas, porque había visto movimientos de gente debajo del gran árbol al lado de las letrinas. Decidí investigar.

Debió haber una cantidad de 18 o 19 hombres que no sabían que hacer entre sí. No tenían química. Llegué y me saqué el huevo. Este cuento termina conmigo en cuatro, picado por hormigas en los brazos, y cogiendo por el culo, los 18 0 19 cabrones en fila india esperando su turno y echándome la leche en la cara. Se me fue una caja entera de 24 condones. Fue hermoso.

La otra ocasión me da un poco de trabajo narrar. Tiene que ver con el VIH y la falta de condones. Dos muchachos me penetraron, uno de Guánica, el otro de Santa Isabel. Me cayeron tan bien que decidí darles mi teléfono y entablar una amistad. Dos semanas después, el de Guánica me llamó para insultarme porque no le había dicho de mi estado seropositivo. Me dijo que pasó un infierno de dos semanas en lo que llegaba el resultado de su prueba de vih, el cual llegó negativo.

En momentos como ése, no importa lo que digas: puedes tener la variante del vih más pendeja de las existentes, puedes tener el virus indetectable, puedes no ser resistente a ningún medicamento, y no importa, porque has ocultado la verdad, una verdad que el otro tenía derecho a saber antes de decidir si quería chingar contigo. Me dijo también que no volviera al lugar, que ya se estaba comentando mi nombre y que no me convenía.

Nunca más volví, de más está decirlo. Y no puedo dejar de sentir algo de alegría de que ese punto de jangueo este cerrado y que la joda se haya acabado para todos los que disfrutábamos del lugar. Me siento egoísta, pero este es uno de esos raros casos en los que si uno no puede disfrutar que no disfrute nadie.

Tuesday, September 02, 2008

Diario de una puta humilde, cap.6 mi madre

Diario de una puta humilde
Cap. 6

Mi madre

No quiero emprenderla en contra de mi madre. Ella no tiene la culpa de que su hijo sea tan puta. Pero le debo mi honestidad. Y no puedo entender que ahora me la reproche.

Tuvimos una conversación telefónica, yo en Puerto Rico, ella en Massachussets.

-Mami, ¿cómo estás?
-Ah, ¿bien y tú, negrito?
-De lo más bien. Mira mami, necesito que me des tu número de seguro social y tu dirección actual.
-¿Para qué tú quieres eso?
-Pues, es que inicié el proceso para obtener la tarjeta de la reforma y me están pidiendo una carta tuya, como que tú me envías $100.00 mensuales.
-Pero es que tú no tenías por qué decir eso. Metiste la pata.
-Contra mami, tú me enseñaste a ser honesto.
-Yo te enseñé muchas cosas y todas las tiraste por el inodoro.
-No todas. Me quedé con las mejores.

Le enganché el teléfono. Derramé las últimas dos lágrimas de niño que derramaría jamás por ella. Hasta las putas lloramos cuando una madre cristiana nos abofetea con lo que debimos haber hecho y no hicimos. Los valores perdidos. Los valores renegados. Eso duele.

Monday, September 01, 2008

Diario de una puta humilde, cap. 5 La Lluvia

Diario de una puta humilde
Cap. 5 La lluvia

La lluvia trae oscuridad y algo de frío. Eso lo sabemos todos. Lo que muchos ignoran es que, salvo en aquellas contadas ocasiones en que la lluvia cae sobre los techos de zinc, trae también la guillotina del silencio.

Gustav dejó mucha lluvia en Coamo estos días. Y el silencio me come porque he decidido no salir de la casa.

Si me pongo a contar las paredes de mi hogar, llegaría a la conclusión numérica de 29. Pero en resumidas cuentas, son 4, siempre han sido 4, y en ellas he escogido mi propia celda. Soy sólo yo y mis pensamientos, el recuerdo de cada uno de mis errores, mis faltas y yo.

Jerry me invitó a San Juan el día de hoy. Me pregunto si su invitación sugiere acaso el asomo del perdón. Pero me negué. No lo merezco todavía. No quiero su perdón sin haberlo sudado.

Llamé a Karen inmediatamente después. Mi mejor amiga me dijo: “¿Cuándo será el día en que te vea feliz?” Le contesté que no sabía. Las putas no se merecen ser felices, pensé.

Hace un rato, llamé a Jerry por teléfono para decirle que nuestro perro, Miroku, no tenía comida. Me dijo: “Mi amor, ya voy de camino”. Ya me está diciendo “mi amor” otra vez. Me pregunto si habrá sido la fuerza de la costumbre. No hubo silencios extraños. La conversación continuó con fluidez. No sé qué pensar.

Quisiera salir afuera y unirme con la lluvia, evaporarme con el ciclo del agua universal, y caer suicida desde arriba. Eso me gustaría que hicieran con mi sangre cuando muera, porque yo no resido en este cuerpo lleno de pensamientos, faltas y defectos, sino en mi sangre. Soy un ser de agua, lluvia y silencio.

Sunday, August 31, 2008

Diario de una puta humilde, cap. 4 Slevin

Diario de una puta humilde
Cap. 4

Slevin

Sucede que hoy hablé con un amigo de Peñuelas de quien hace casi un año no sabía nada. Slevin, así le llamaré, como la película, vino un día a mi casa para que lo ayudara con un trabajo de su clase de fonética inglesa. Yo estaba enfermo y no me levanté. Se hartó de esperar y se regresó a su casa. No supe más de él hasta hoy.

Conocí a Slevin en la UPR de Ponce. Cogíamos una clase juntos, la más aburrida de las matrículas de ambos, la clase de Chiki Correa. Sociología de la Educación, o Fundamentos Sociales de la Educación. Una mierda de esa. Siempre me llamó la atención su gorrita roja de rigor, cómo ésta nunca combinaba con su vestimenta semi-formal de profesor de delineamiento de la Interamericana de San Germán, y sus ojos verdosos. Pasábamos el aburrido espanto de la clase, mirándonos y flirteando el uno con el otro desde esquinas distantes del salón.

Una tarde nos presentamos y comenzamos a hablar. El día después nos encontramos en uno de los baños del primer piso. Tuvimos sexo en el cubículo de impedidos. Él me clavó, y luego le metí el dedo, hasta que se vino. Yo no me vine.

Hoy me dijo que tiene novia. No pude evitar sentir algo de recelo, como si el mundo heterosexual le estuviera arrebatando una joya más a mi mundo. Muchas preguntas me vienen a la mente: ¿se le parará el bicho con ella? ¿habrá tenido sexo con ella ya? Porque yo lo que conozco de Slevin es que es gay. ¿Se habrá metido a una de esas sectas cristianas que le cambian la vida a la gente durante el primer mes y luego los dejan peor de lo que alguna vez estuvieron en sus vidas? No pudo evitar, inclusive, sentir algo de rabia, al pensar que puede ser que mi amigo se esté mintiendo descaradamente. Le pregunté: ¿tu novia sabe de tu pasado con hombres? No me contestó. Sólo me dijo que el último chico con quien estuvo lo trató muy mal. Y que todos los hombres son iguales y que está harto. Eso. El hastío. Supongo que si se lo dijera a su novia, ella lo querría igual y hasta se casaría con él. Se me ocurre que en un pueblo como Peñuelas, las mujeres son más creídas y los hombres más ilusos, y ambos sexos se mienten más que en la ciudad. Y me imagino que esto tiene que ver con el estar lejos de todo.

Terminé la conversación diciéndole que me invitara a su boda. Tengo que verlo con mis propios ojos para entender como se puede ser tan hipócrita con uno mismo. Pero de eso yo lo sé todo, porque no hay ser más hipócrita consigo mismo que yo. Le dije que lo apoyaba en todo, y que contara conmigo para lo que fuese. Pero no sé si lo dije en serio. No sé si para ese momento habré yo mismo cambiado, si me habré convertido en mejor persona, si habré dejado de ser una puta, aunque humilde. Porque con toda probabilidad, si llego a su boda, lo arrastro hacia el baño más próximo, cierro la puerta del cubículo de impedidos, y le quito esas pendejaces a la mala.

Saturday, August 30, 2008

Diario de una puta humilde, Cap. 3 Los culos

Diario de una puta humilde
Cap. 3

Los culos

Lo malo de ser tan puta es que llega un momento en que la orgánica se cae. Me explico. A mi gimnasio van dos muchachos heterosexuales que tienen culos enormes, redondos y muy bien trabajados. A veces no puedo evitar quedarme mirando tan maravillosas obras de Dios. Pero es todo lo mismo y da igual.

Comerse un culo tiene que ver con pasar la lengua en el anillo, meter un poco de la misma, rogar que esté limpio y que te dé ese sabor dulzón repentino y chupar, sí chupar el anillo hasta que florezca como coliflor sobrecocida.

Pero luego viene el arrepentimiento, cuando te das cuenta que las sonrisas perfectas no importan, como no importan la simetría de los rostros, ni el verdor de los ojos, ni nos abdominales de cucaracha. Porque al placer le sobreviene la suciedad, el asco y la mierda.

La mierda tiene propiedades curativas si se mezcla con leche. Eso no lo digo yo, lo decían los egipcios en la Biblia. Decían que tal cocción sanaba heridas leves y superficiales. Pero el asco se sobrepone cuando la mierda sale de un roto que te acabas de comer con gusto, el orificio del placer que acabas de llenar con tu grandiosa hombría.

Una vez, el amigo de un ex-roommate me dijo que odiaba los patos porque siempre le cagaban el bicho. Le pregunté: “Entonces, ¿tú qué eres?”. “Heterosexual, por supuesto”. El tipo me recordó la asquerosa escena de violación de 20 minutos de duración de la película francesa L’Irreversible con Monica Belluci y Vicent Cassell. Mientras la viola, el hombre le dice algo así como “más te vale que no me cagues el bicho, puta”.

De repente, las nalgas se convierten, de dos montes que da gusto morder hasta llegar con la lengua el hoyo negro que se traga las luces celestes, a dos paredes de carne que ocultan la vergüenza sucia de la mierda que se avecina como ladrón en la noche. De repente, el gusto se va, esfumado completamente, ante la certeza de que el cuerpo no es otra cosa que una colección de líquidos pegajosos, membranas babosas y cosas que en general, apestan. Ya no es un muchacho con un rico culo en espera de una comida, sino un fantasma con cara de muerto y peste a podrido. Y yo sigo afanado en mezclarme con la muerte.

Friday, August 29, 2008

Diario de una puta humilde Cap. 2 Los carros

Diario de una puta humilde
Cap. 2 Los carros

Dejar una adicción tan fuerte como el sexo requiere inclusive pasar con tu auto sin mirar a los pasajeros del auto en el otro carril. Practiqué eso el día de hoy. Hace un mes atrás un tipo me miró a través del cristal. No era nada bello. De hecho, era bastante feo. Pero hubo algo en esa mirada, algo siniestro y placentero que me hizo latir el anillo del culo. Le sonreí. Me sonrió de vuelta.

Seguí mi camino. Iba en dirección a Coamo, a mi casa. El tipo me siguió y a través del carril me lanzó otra mirada bellaca. Mi corazón comenzó a latir. Caleb piensa, Caleb. Usa la fuckin’ cabeza. Y si este tipo saca un revólver y te mata. Y si te asalta. Pero no, ese soy yo, ahora en retrospectiva. Cuando el ano hierve el peligro acecha a escondidas, mucho más allá del rabo del ojo.

Puse la señal para el paseo. El tipo estacionó su carro blanco al frente del mío. Mi corazón latía. Mi culo latía más rápido. Hay algo en mirar adentro de las ventanas de los autos, que es lo mismo que mirar hacia adentro de las ventanas de la casa de un vecino. Uno quiere saber cómo gime la mujer del vecino cuando él se la clava, cuán hondo le llega ese bicho, si se la coge por el culo, si se le viene en la boca, si ella le mete el dedo por el culo para que él se venga, uno lo quiere saber todo. Hay algo de eso en la ventana de un carro, sobre todo con un tipo guiando. Cuando menos, uno quiere saber con qué mano se masturba, si se viene a chorros o simplemente de desborda la leche, si se traga su propia semilla o se limpia con una toalla.

El tipo se bajó. Intercambiamos números telefónicos. Siguió su camino. Nunca lo llamé. Y le di un número falso. Pero en mi mente, el daño ya estaba hecho.

Hoy es 29 de agosto de 2008. No miré a absolutamente nadie. Ahora le tengo terror a los cristales de los carros. Habrá que ver si le tendré el mismo miedo a quienes los conducen.